Luz que humilla y envilece
La vida entera era alegría y juventud. Veía con párpados de sol el oro del día refulgir en un mar que, destilaba ya en su sabor salado, las lágrimas de un hoy, esculpidas a piedra y fuego rodando por mi rostro.
Años y años secuestrado en este mundo de esclavos sin cadenas. Tierra hostil. Rojas pupilas sedientas de ceguera. Soy un trozo de olvido aprisionado que intenta descifrar los signos de esas calles de horror y de violencia.
Se me ha muerto el que fui. Los días me devoran. En este presente errante entre tinieblas, me miro como se mira a los extraños, y cierro los ojos, traidor a mi memoria, huérfano para siempre de los días de gloria.
Se abaten mis hombros con pasos inseguros. Los pies sangrando, aborreciendo el resplandor del día contemplando el ocaso, y hundido entre las sombras, me extingo entre las brasas, más eclipsadas que vencidas, cenizas de auroras de otros tiempos que fueron luminosas.
Despierto al alba con el estremecimiento del rocío y con flores apenas entreabiertas. Marchito, a la intemperie, maldigo la luz que humilla y envilece. Me vuelve la congoja. Y a merced de los vientos de la suerte inicio un descenso rodando en la pendiente, con el infame estigma de Caín sobre mi frente.
Pájaros enloquecidos graznando como oxidados órganos de iglesias de góticos vitrales, entonan agónicos cánticos de un réquiem mil veces escuchado. Y mientras el corazón alborotado trota, y mi juicio y mi razón se agitan, sueño en mi amante infiel, valiente y orgullosa, la Diosa Libertad.
Y, ahora, revive en mí, cual pobre bestia apaleada, el cruel anhelo de arrancar del alma las luces moribundas y aullando de dolor en el naufragio de mi vida rota. Mi vida es una hiena devorando el recuerdo y lamiendo la sangre envenenada de mis llagas, hasta la última gota.
Me quedo sin palabras. Yo, que no callo ni debajo del agua.
Es terrible constatar que no podemos recuperar el pasado. En el caso de Miguel, con su inteligencia muchísimo más. Su lucidez al relatar los sentimientos que le embargan pensando en ese tiempo irrecuperable te dejan sin aliento.
La aventura de sobrevivir a la indigencia y a la calle creo que no es menos meritoria que los naufragios marinos o las expediciones a los polos.