EL FUTURO LOS PÁRPADOS ENTORNA Y SONRIENDO ESPERA…

•abril 20, 2022 • 11 comentarios

(Carta abierta a Miquel Fuster, mi amigo)

El 30 de marzo de 2022 nos dejó Miquel Fuster, autor de este blog. Tenía 78 años y dedicó los últimos años de su vida a explicar que vivir en la calle no es algo normal. Él lo sabía porque había vivido 15 años a la intemperie y quiso contarlo de la mejor manera que sabía: dibujando. Desde la fundación Arrels, le hemos acompañado en esta aventura, ayudando a Miquel a publicar sus ilustraciones y textos y gestionando las cuestiones técnicas. Ahora, queremos despedirnos de Miquel y acabar este blog compartiendo un texto que ha escrito nuestro compañero Juan Lemus, que ha sido su compañero de blog en la sombra desde el inicio.

Miguelito,

Antes que nada, te debo una disculpa, por acudir con tanto retraso a ésta, nuestra última cita.

Tú que, como todo buen “gentleman”, ponderabas ante todo las buenas maneras (sin zalamerías), sabrás perdonar la única, la última vez que llego tarde contigo.

Durante quince años (la misma cantidad de tiempo que viviste en el infierno) estuvimos juntos haciendo trabajo de sensibilización, dando charlas en escuelas, universidades, congresos. Nos citamos muchas veces en diferentes momentos, lugares y por diferentes motivos y siempre llegábamos ambos antes de la hora.

Qué asco -decías impostando la voz y disimulando la sonrisa- somos asquerosamente puntuales.

Lo siento Miguelito. Las palabras me abandonaron. 

Me quedé sin palabras cuando te encontré en tu cama, como dormido, haciendo tu religiosa siesta.  Te encontré acostado sobre tu costado izquierdo, el brazo derecho extendido, tu mano huesuda y pálida apoyada en el colchón, como formando una cúpula protectora sobre un pequeño pájaro herido.

¡Va, Bandarra!, levántate e insúltanos por haber invadido tu mansión, como te gustaba llamarle a tu pisito de cuarenta metros, lleno de papeles, libros, películas que ocupaban la mitad del espacio, amontonados en un orden secreto, que sólo tu entendías.

Me aplastó tu silencio. No escuchar la cascada de palabras tan tuya, que iba trenzando una idea tras otra, frases subordinadas dentro de las subordinadas y que quien sabe cómo (a veces) terminabas recuperando el hilo y redondeando la exposición de las ideas. O no. Pero daba igual. Escucharte era como saltar de una autopista a un camino empedrado y luego a una brecha terrosa. Lo interesante era el camino.

Te gustaba hablar de todo. Te levantabas temprano antes de que abriera el kiosco para ir a recoger puntual el diario. Y leías hasta las necrológicas: Hay que amortizar el euro, decías.

Hablabas del cambio climático, de las maravillas del ungüento “la serp”, de las infusiones de menta, de geopolítica y de los macarrones de la boquería. De “El séptimo sello” de Bergman, de los acúfenos y de economía; de alguna novela negra que te gustó y de las artes amatorias, de las que hablabas con suficiencia.

Tu silencio será estruendoso.

No solo para mí, sino a toda esa gente que a lo largo de tu incansable trabajo de sensibilización fuiste conociendo y por contagio, yo también.

Todo y que disfrutabas la soledad (aprendiste a golpes, a amarla), también te gustaba la gente. Estabas siempre dispuesto a ayudar a los estudiantes que se acercaban o te escribían interesados en el problema del sinhogarismo. La gente que se acercó a ti proponiéndote proyectos artísticos, encargos para portadas de revistas, informes, tesinas.

Les dedicabas tiempo. De ese mismo que nunca tenías para pintar todos los cuadros que te rondaban la cabeza.

Entre ellos uno en concreto que te obstinaste en hacer. Un retrato mío ambientado en una cantina mexicana. Me pediste que buscara fotos en internet y te explicara el ambiente. Las cervezas acompañadas con un caballito de tequila, el pianista ciego tocando boleros, los parroquianos humildes codeándose con políticos y periodistas. Me hiciste poner una camisa, y me hiciste fotos acodado en un mueble, simulando una barra de bar y luego me pasaste la cámara para que te fotografiara a ti (no, no…con la mía, deja ese bicho, ordenabas cuándo levantaba yo mi réflex). Querías pintarte a ti mismo en el fondo, con tu chaleco de piel y una mirada mafiosa. Todo un bandolero. Y te reías. Te encantaba disfrazarte.

Muchas veces que vine a tu casa me recibiste con los más inopinados disfraces. Desde un Santa Claus con gafas de traficante o una castañera en minifalda.

Yo me he reído mucho contigo. Todo y que en lo que era relativo a tu experiencia en la calle, no admitías ninguna broma. Lo tenías claro. Eras inflexible. Ese es un tema muy serio.

Con eso no se juega.

Lo demostraste con la contundencia de tu obra. Terrible y dura. Reflexionada.

Admiro la valentía con que encaraste el proyecto de este blog primero y la novela gráfica después.

No invites a quien ha sobrevivido a un naufragio a dar una vuelta en barco, decías.

Pero, aun así, lo hiciste, siendo consciente de que, si no compartías tu experiencia, entonces si que esos 15 años de sufrimiento y supervivencia hubieran sido del todo inútiles, desperdiciados.

Al principio te costó, y siendo consciente de las dificultades y limitaciones de explicar esta historia para que otra persona la escribiera, decidiste hacerlo tú mismo, en primera persona, autobiográfico y autorreferencial, esforzándote en elegir bien la palabra precisa, antes de ponerla en el papel.

Como escribió Julio Ramon Ribeyro en “Prosas apátridas”:

Muchas cosas las conocemos o las comprendemos solo cuando las escribimos. Porque escribir es escrutar en nosotros mismos y en el mundo con un instrumento mucho más riguroso que el pensamiento invisible: El pensamiento gráfico, visual, reversible, implacable de los signos alfabéticos.

Te enfrentaste a tu experiencia y en el camino aprendiste a reconocer y reconocerte en lo burro que fuiste (palabras tuyas) y a la vez, aceptar la inteligencia que percibíamos en ti tus asistentas y yo.

Nunca quisiste aprender a usar un ordenador. La maquinita diabólica, como los llamabas.

Preferías escribir a mano, con lápiz.

La mano, la que acaricia y golpea. La que crea y rasga.

Te gustaba pintar con los dedos, darle vida, textura al óleo.

Añadir golpes de luz con los dedos.

Dar vida acariciando la tela.

Con esa mano tuya.

La mano que saluda y la que dice adiós.

Sabias muy bien que señalar es un asunto truculento: cuando un dedo apunta hay al menos otros tres apuntando a quien señala.

Eras justo y cabezota, generoso y obstinado, alegre y refunfuñón.

Tu impresionante memoria que se salvó milagrosamente de los efectos desastrosos del alcohol, a veces te hacía recitar párrafos completos del Rey Lear de Shakespeare que aprendiste de adolescente, cuando quisiste ser actor.

En la ceremonia de tu despedida, te recordamos y leímos tus palabras, algunas premonitorias, como en Pálida vida ausente o el más palmario: La vida sus amenazas cumple.

Te trajeron flores. Te trajeron fotos antiguas: Tu trabajando en tu estudio de la calle olzinelles, rodeado de gente mientras dibujabas. El rey del cotarro.

Pocos días después de tu funeral, me reuní con algunos de ellos, con tus amigos de la plaza de Málaga, para recordarte. Me reí mucho con las historias que yo ya conocía, contadas desde otra perspectiva, redondeando la historia, contradiciéndola a veces. Tus amigos me hicieron sentirte cerca de nuevo, por un momento, como si fueras uno más sentado a nuestro lado, en la terraza del Bar inglés.

Cada amigo -decía Ribeyro- es dueño de una gaveta escondida de nuestro ser, de la cual sólo él tiene la llave e ido el amigo la gaveta queda para siempre cerrada. Alejarse de los amigos es así clausurar parte de nuestro ser.

Miguelito, guardo en mí en forma de imágenes, cientos, miles de fragmentos de luz.

De tu Luz.

La última vez que hablé contigo fue por teléfono, en una de esas llamadas que de media no bajaban de los 15 minutos y que siempre terminaban retrasando el momento de colgar, estirando las palabras, multiplicando la despedida, reformulándola y llenándola de buenos deseos con sonrisa de fondo:

Que vaya bien, guapetón.

Adéu rey.

Adéu, adéu, adéu.

Miquel, protagonista de #Visibles

•febrero 21, 2022 • Deja un comentario

Muchas personas sin hogar que conocemos nos explican que se sienten invisibles. Para romper esta invisibilidad hemos impulsado el proyecto #Visibles. Fotografiamos 13 personas sin hogar y nhemos colocado su retrato en formato mural en las fachadas de edificios cercanos a dónde dormian.

Miquel es una de estas personas. Descubre más de #Visibles! https://www.arrelsfundacio.org/visibles/

Aún – Joe Eceiza

•noviembre 3, 2021 • 1 comentario

«…Y es que la vida no es vida sin alguien que te cure las heridas…»

Canción inspirada en la novela gráfica «Miquel, 15 años en la calle».

Gracias Joe, por tu sensibilidad.

Almas secas

•abril 7, 2021 • 2 comentarios

Muchas veces tropezamos con cosas que se arrinconaron en nuestra memoria.

En el Parc de la Ciutadella reina el silencio.

Un hombre se pasa horas y horas ensimismado, dándole vueltas a una pluma estilográfica. Da pena verlo con sus dedos tiesos y torpes intentando hacer garabatos en el aire que pretenden representar letras. Cuentan que en un tiempo fue un hombre muy rico y muy poderoso.

Me fue abriendo su atormentado corazón en las largas conversaciones que mantuvo conmigo.

Había sido un alto ejecutivo en una empresa que movía mucho dinero. Exigía obediencia ciega a sus subordinados. No le importaba que sus decisiones pudiesen arruinar a otras empresas dejando a cientos de personas en la calle. Era implacable y cruel.

Pero, engreído se creyó infalible y omnipotente. Empezó a cometer errores garrafales. Se le instruye un expediente. La situación se pone bastante agria. En una operación firmada por el mucho dinero se ha evaporado. En la entidad se arma un gran escándalo. Es despedido sin contemplaciones. No va a parar a la cárcel porque otros altos ejecutivos, por incompetentes o cómplices, seguirían el mismo camino.

El comportamiento de éste hombre me ha hecho recordar una historia de mi primera juventud. Hace muchos años ya, conocí a otro hombre despiadado como este.

Éramos jóvenes. Vivíamos en una situación privilegiada. Se ganaba mucho dinero dibujando comics para el extranjero debido al cambio de divisas. Siempre rodeados de chicas, que constituye un elemento de reclamo y de ostentación.

Frecuentábamos un bar donde la mayoría de clientes eran hombres de negocios. Uno de ellos, atraído o envidioso de nuestra inconsciente juventud, se acercaba a nosotros a menudo para darnos consejos que, a nosotros en aquel momento, ni podíamos entender ni nos interesaban.

Otro, que era menos solemne y más campechano, nos soltó un día de forma dicharachera “chavales, sois jóvenes, tenéis salud, tenéis vitalidad. Intentad como sea pegar un braguetazo. Trabajando, y aunque ahora vosotros os ganáis muy bien la vida, nunca nadie se ha hecho rico. Y un día, sin haber tenido tiempo apenas de daros cuenta, ya no seréis jóvenes…y tendréis que seguir trabajando. Así, que dejaros de hostias y os casáis con la primera chica de buena familia que se ponga a tiro. ¡Chavales, en esta vida no hay otra elección que no sea comer bien o dormir bien…!”

Un día, su socio, un hombre serio y taciturno, me invitó a almorzar en el club de tiro de la montaña de Montjuïc. “Miquel, antes pasaremos un momento por mi despacho, pues tengo que solucionar una cuestión inaplazable”. Entramos en el despacho. Su secretario, un joven apocado y pulcro, temerosamente le dice

–Señor Codina, pero ¿cómo vamos a desahuciar de su casa de toda la vida a un matrimonio de ancianos?

–¡Qué ha dicho usted!

Veo como de pronto sus ojos le miran fulgurantes de ira, cómo contrae la boca en una horrible mueca de desprecio.

–Pero vamos, como usted, un simple empleado se atreve a cuestionarme a mí, ¡A mí!, sabiendo en su defensa, en algo que no le concierne en absoluto ni se le ha pedido su opinión. ¡Pobre del que me venga a mí con sensiblerías, aunque fuese mi mejor amigo no lo toleraría! Y, además, no tengo por qué darle explicaciones, porque total, serán unos quince días. Los servicios sociales se harán cargo de ellos…

Siento escalofríos.

Durante quince años habré de preguntar a aquel malnacido cada día, señor Codina ¿Cuánto duran quince días en la calle a un matrimonio de ancianos desvalidos y enfermos? Alguien sería capaz de describir en todo su horror la angustia de aquellos pobres ancianos arrojados a la calle.

Yo no.

Decliné educadamente su invitación a ir a almorzar al club de tiro de Montjuïc. Sin ofenderse, se despidió con dos sentencias que, dada mi juventud y desconocimiento del mundo, me dejaron helado:

“Miquel, tengo la conciencia muy tranquila. Con el tiempo uno aprende a domesticarla” Y sin pestañear siquiera añadió “esto no lo digo para justificarme. Yo no me justifico más que ante mí mismo”.

Ese día se abre para mí un abismo infranqueable entre los poderosos y los que tenemos que encajar la vida golpe a golpe.

En el Parc de la Ciutadella anochece.

Cuánto más tiempo observo al hombre trazando signos en el aire, más claro veo, que esa pluma no constituye otra cosa que su coraza. Me dice que tras su debacle pasó un mes en un auténtico infierno padeciendo los más escalofriantes sufrimientos.

Ignoro si eso será cierto. Pero lo que si se, es que yo no he pasado sólo un mes en el infierno. Sino quince años.

El horror nuestro de cada día

•May 19, 2020 • 5 comentarios

Horror

Yo no quiero morir.
…siento miedo. Siento horror. Después un grito apagado, exánime. Un ruido seco…
Unos pasos presurosos que se acercan…Luego silencio frio. Imponente. Sin mirar atrás huyo despavorido por los pasillos del miedo.
Espantado, agotado de mortal cansancio, sigilosamente vigilo mi silencio. La noche es una boca abominable donde el horror me espera.
Allá, en las alturas, soledad y miedo. Aquí, en los abismos, soledad y miedo. Los años, los días, la lluvia, la nieve… la vida. Llanto de amaneceres, soledad y miedo.
Seres distantes, sin roce, como el amor marchito. Te miran y no sienten tu dolor. Te ven y no sienten tu infortunio. Se apartan de la cruel soledad del pozo hundido.
Peleándome con los ecos del alma, temblando a medianoche en la soledad del bosque. Reino del dolor. Terror de náufrago. Vida de pesadilla. Cuerpo convertido en piedra.
Solo, vestido con harapos de olvido y de rocío. De pie, vacilante en la tarima del dolor, receloso animal quemado en el hielo del silencio, con los ojos de fiebre. Pago a precio de sangre mi sórdida existencia. La soledad de la maltrecha ramera arrinconada.
Pago en la oscuridad. Pordiosero de la sinrazón. Nadie oye mis pasos, yo tampoco. De zozobra en zozobra, al acecho el horror de las calles. Siempre alerta. Brilla la luna. Aterido y pálido de muerte.
Despertar maniatado. Terror de sangre y lágrimas. Infame condena del alcohólico desquiciado en las sórdidas camas de todos los hospitales.
Inyecciones de alcohol. El alma amordazada. Cuerpo paralizado. Cicatriz en la frente. La mano colgando hacia la muerte.
Enfermeras deformes “El horror”, grito al verla, “El horror”, como si estuviera muerto enterrado y podrido…. Pero pasa junto a mi sin desatarme.
Yo conozco el infierno. Estoy tarado de terror y de locura. Al nacer me grabaron un estigma en la frente porque soy de la estirpe maldita. Me siento abyecto y despreciable. Y mi pasión cargo como una culpa.
Voy por caminos soñados del ayer. Me embriago de vino y de añoranza. Los años que murieron ya jamás volverán. Llega a mí su voz echando los cerrojos de sombras moribundas. Y sin sosiego mi sangre, y sin paz mi corazón, me adentro en las cenizas quemadas del olvido.
A llorar solo.

Miedo

•abril 24, 2020 • 2 comentarios

Vivo en un piso tutelado de la fundación Arrels desde hace dieciséis años y antes había estado viviendo quince años en la calle.

La misma sensación de des-protección, de miedo y de incertidumbre que sufrí en la calle, la revivo ahora. El mismo sentimiento de días vacíos y como cuando estaba en la calle, la sensación de que solamente puede pasar algo malo.

Como en la calle, noto la mirada de desconfianza cuando bajo a comprar el pan.

La única diferencia es que antes las miradas estaban dirigidas todas a mi.

Hoy todo el mundo se mira con recelo.

(Publicado originalmente el domingo 12 d’abril de 2020, en el diario El Punt Avui)

Hay que matar a los pobres

•diciembre 13, 2019 • 3 comentarios

Hay que matar a los pobres W

Hombres pobres enlutados por su vida. Desechos humanos de una sociedad deshumanizada.

Almas temblorosas. Dolientes y abatidos, por calles, plazas y refugios clandestinos se dan cita los lisiados de la vida.

Facciones devastadas. Ojos húmedos y empañados. En sus miradas sin luz palpitan todavía los últimos fulgores de una tempestad donde naufragaron sus vidas.

Arrugas como cuchilladas en sus rostros desgarrados. Huellas del amor engañado, de la admiración incomprendida, de los esfuerzos sin recompensa, de los proyectos fracasados, de los deseos frustrados…

Supervivientes sin amigos, sin afectos, sin familia, sin hijos, sin esperanza, degradados por la miseria y por la indiferencia pública.

Días y días de miseria y de aflicción que el Destino deja caer sobre ellos. Trescientos sesenta y cinco veces al año… Quizá durante muchos años.

Cierto es que hay mucha miseria.

Pero no solamente la miseria que engendra la pobreza, sino la gran miseria, la que viene de la esterilidad de las almas y de la dureza de los corazones.

Los orgullosos, que creen que con el dinero todo se consigue. Que fingen saborear indolentes la vida. Todo lo que ofrece la vida. Que desprecian todo lo que no sea rico, venturoso. Todo lo que no respire e inspire despreocupación y gozo por la dicha de vivir. Porque tienen también parte de culpa de la desgracia de los más menesterosos, y porque piensan que eso a ellos nunca les va pasar.

Otros que odian creyendo que la vida les ha colocado en una posición de superioridad, y quieren vengar sus antiguos rencores con toda la saña de hombres ruines, coléricos y cobardes. Y se consagran a estigmatizar, a ultrajar y a vejar a los más desamparados, acusándoles, por si fuera poco, de ser ellos mismos los culpables de su propia desgracia.

Y los más exaltados que, se sienten irresistiblemente asqueados hacia todo lo débil, lo arruinado, lo indefenso, lo huérfano.

Los sin techo.

Víctimas propiciatorias de tipos miserables y siniestros. Fanáticos, maniacos, violentos y cobardes que se recrean contando sus fechorías manifestando su crueldad para disimular su estulticia.

¡Malditos mil veces malditos!

Porque los seres malvados no tenéis entrañas ni entendimiento. Malditos por vuestro ensañamiento contra los más débiles. Malditos por vuestro acoso y por vuestras cobardes agresiones contra los más desamparados. Malditos por vuestras intenciones mortales y asesinas. Malditos, mil veces malditos porque venís a sembrar el terror y la tribulación por las calles de la Muerte.

 

Pálida vida ausente

•octubre 8, 2019 • 4 comentarios

Pálida vida ausente W

Ante un cuadro mezcla de lupanar y de bohemia, pinté hace mil años el sueño de mi vida.

Mi sangre ardía.

A la mujer, al placer y a la bebida a la sombra del Árbol Inmortal de la Lujuria brindé mirando al cielo sin distinguir las noches de los días.

Nostalgias de un perdido paraíso donde mi ardiente juventud fue para mí un tirano que, en medio de la fiesta, las copas y del vicio jugaba con mi vida a su capricho.

Y hoy, sin renegar de nada, aligerando la carga de gloria y de ignominia, desciendo lentamente por la empinada cuesta abrazado al pasado y su memoria.

Siempre en la mujer vi luz. Y hoy, cuándo anochece ya en mi alma, es cuando mi mundo ilusorio se desploma y no hay cura posible a mi congoja.

Ni un ángel ni una bestia. Pronto seré sólo una sombra, dichoso de haber sido.

Y en la amarga inquietud de mis noches de insomnio y de desvelo, a mi propio dolor rindo tributo. Y entre mis dientes mi dolor trituro.

Demonios vomitados aplacando mi cuerpo alcoholizado aferrado a la apestosa taza de un retrete. Mi frente sudorosa. Mis ojos lacrimosos. Mi juicio vacilante.

Anhelo desterrar mi angustia y mis lamentos. También hubo amistad que cura, y mata cuándo muere.

Y amores que de verdad me amaron, nacidos para un amor sin despedidas. Y amores de serpiente que hacen sangrar y sucumbir tu vida entre el aliento de fuego de su boca.

Hoy, consumido cigarrillo que todavía humea y resplandece en arabescos de azules espirales, fumo nostalgia y muerte.

Y mientras fumo, en el incendio de mi ocaso, arde aquel triste camino a través de una tierra desolada, dónde tan solo existe una morada en ruinas, y una voz que pregunta ¿Regresarás un día, pálida vida ausente, a sanar tus heridas?

Luz que humilla y envilece

•junio 5, 2019 • 2 comentarios

Luz que humilla y envilece.jpg

La vida entera era alegría y juventud. Veía con párpados de sol el oro del día refulgir en un mar que, destilaba ya en su sabor salado, las lágrimas de un hoy, esculpidas a piedra y fuego rodando por mi rostro.

Años y años secuestrado en este mundo de esclavos sin cadenas. Tierra hostil. Rojas pupilas sedientas de ceguera. Soy un trozo de olvido aprisionado que intenta descifrar los signos de esas calles de horror y de violencia.

Se me ha muerto el que fui. Los días me devoran. En este presente errante entre tinieblas, me miro como se mira a los extraños, y cierro los ojos, traidor a mi memoria, huérfano para siempre de los días de gloria.

Se abaten mis hombros con pasos inseguros. Los pies sangrando, aborreciendo el resplandor del día contemplando el ocaso, y hundido entre las sombras, me extingo entre las brasas, más eclipsadas que vencidas, cenizas de auroras de otros tiempos que fueron luminosas.

Despierto al alba con el estremecimiento del rocío y con flores apenas entreabiertas. Marchito, a la intemperie, maldigo la luz que humilla y envilece. Me vuelve la congoja. Y a merced de los vientos de la suerte inicio un descenso rodando en la pendiente, con el infame estigma de Caín sobre mi frente.

Pájaros enloquecidos graznando como oxidados órganos de iglesias de góticos vitrales, entonan agónicos cánticos de un réquiem mil veces escuchado. Y mientras el corazón alborotado trota, y mi juicio y mi razón se agitan, sueño en mi amante infiel, valiente y orgullosa, la Diosa Libertad.

Y, ahora, revive en mí, cual pobre bestia apaleada, el cruel anhelo de arrancar del alma las luces moribundas y aullando de dolor en el naufragio de mi vida rota. Mi vida es una hiena devorando el recuerdo y lamiendo la sangre envenenada de mis llagas, hasta la última gota.

A mis ojos, ceguera. A mi memoria olvido

•marzo 5, 2019 • 1 comentario

Retrato marzo 2019 WEB

No hay respuestas, no hay sueños. Sólo ecos de copas de carmín astilladas, me devuelven la música olvidada de la canción que quiebra mi reposo.

Todo es silencio en este sueño mudo. Estatua de nadie convertida en encorvada sombra de un árbol derribado.

Hiere mi ardiente boca que blasfema, ante esta vida monstruosa varada frente al fuego dónde ardió el inventario de todo lo imposible. Dónde, tal vez, se acabe el pacto con el silencio y mi ceguera.

Fugaz y rauda pasó la hora de mi lejana vida. Y fue desenfrenada para brillar en todos derramada, y alejarse después en éste triste y amargo cautiverio, hoy carne masacrada, llorosa podredumbre, errando vacilante, anhelando el beso piadoso de la muerte.

Siento mi lejanía en la garganta como el agua que falta en el desierto. Busco mi libertad entre la yerba, miro mi esclavitud en las estrellas. Tengo mi soledad, y el convencimiento de no ser nada ya, y presentir sin fin, mi sufrimiento.

Espectro horrible hecho con el insomnio y el íntimo temblor de cada instante, miro la noche, con la ira amotinada y el rayo que no cesa, buscando una señal de auxilio en la tormenta.

Viviendo con mi pecho al descubierto y bajo el presagio poseído, de no ser yo, hoy percibo que vivo extraño a todo, y en todo y para mí, estoy muerto. Y nadie llorará después de un largo tiempo, vestido con mi duelo.

…y esta inmunda parodia que afrenta en los espejos… si de vergüenza algo me quedase todavía, de hinojos ante el que un día fui, rogando su perdón, me clavaría las uñas en los ojos.

Llueve, llueve… todo es niebla, humedad. La luz se olvida. La noche afila su corazón de daga. Y hay ángeles ciegos caídos en el lodo que yacen entre piedras brindando con la muerte, mirándole a los ojos con fiereza.

Ahora camino solitario por las oscuras calles de los pinos. Y presiento que mis años pasados, carceleros sin tregua eternamente bellos, me vigilan…