Almas secas

Muchas veces tropezamos con cosas que se arrinconaron en nuestra memoria.
En el Parc de la Ciutadella reina el silencio.
Un hombre se pasa horas y horas ensimismado, dándole vueltas a una pluma estilográfica. Da pena verlo con sus dedos tiesos y torpes intentando hacer garabatos en el aire que pretenden representar letras. Cuentan que en un tiempo fue un hombre muy rico y muy poderoso.
Me fue abriendo su atormentado corazón en las largas conversaciones que mantuvo conmigo.
Había sido un alto ejecutivo en una empresa que movía mucho dinero. Exigía obediencia ciega a sus subordinados. No le importaba que sus decisiones pudiesen arruinar a otras empresas dejando a cientos de personas en la calle. Era implacable y cruel.
Pero, engreído se creyó infalible y omnipotente. Empezó a cometer errores garrafales. Se le instruye un expediente. La situación se pone bastante agria. En una operación firmada por el mucho dinero se ha evaporado. En la entidad se arma un gran escándalo. Es despedido sin contemplaciones. No va a parar a la cárcel porque otros altos ejecutivos, por incompetentes o cómplices, seguirían el mismo camino.
El comportamiento de éste hombre me ha hecho recordar una historia de mi primera juventud. Hace muchos años ya, conocí a otro hombre despiadado como este.
Éramos jóvenes. Vivíamos en una situación privilegiada. Se ganaba mucho dinero dibujando comics para el extranjero debido al cambio de divisas. Siempre rodeados de chicas, que constituye un elemento de reclamo y de ostentación.
Frecuentábamos un bar donde la mayoría de clientes eran hombres de negocios. Uno de ellos, atraído o envidioso de nuestra inconsciente juventud, se acercaba a nosotros a menudo para darnos consejos que, a nosotros en aquel momento, ni podíamos entender ni nos interesaban.
Otro, que era menos solemne y más campechano, nos soltó un día de forma dicharachera “chavales, sois jóvenes, tenéis salud, tenéis vitalidad. Intentad como sea pegar un braguetazo. Trabajando, y aunque ahora vosotros os ganáis muy bien la vida, nunca nadie se ha hecho rico. Y un día, sin haber tenido tiempo apenas de daros cuenta, ya no seréis jóvenes…y tendréis que seguir trabajando. Así, que dejaros de hostias y os casáis con la primera chica de buena familia que se ponga a tiro. ¡Chavales, en esta vida no hay otra elección que no sea comer bien o dormir bien…!”
Un día, su socio, un hombre serio y taciturno, me invitó a almorzar en el club de tiro de la montaña de Montjuïc. “Miquel, antes pasaremos un momento por mi despacho, pues tengo que solucionar una cuestión inaplazable”. Entramos en el despacho. Su secretario, un joven apocado y pulcro, temerosamente le dice
–Señor Codina, pero ¿cómo vamos a desahuciar de su casa de toda la vida a un matrimonio de ancianos?
–¡Qué ha dicho usted!
Veo como de pronto sus ojos le miran fulgurantes de ira, cómo contrae la boca en una horrible mueca de desprecio.
–Pero vamos, como usted, un simple empleado se atreve a cuestionarme a mí, ¡A mí!, sabiendo en su defensa, en algo que no le concierne en absoluto ni se le ha pedido su opinión. ¡Pobre del que me venga a mí con sensiblerías, aunque fuese mi mejor amigo no lo toleraría! Y, además, no tengo por qué darle explicaciones, porque total, serán unos quince días. Los servicios sociales se harán cargo de ellos…
Siento escalofríos.
Durante quince años habré de preguntar a aquel malnacido cada día, señor Codina ¿Cuánto duran quince días en la calle a un matrimonio de ancianos desvalidos y enfermos? Alguien sería capaz de describir en todo su horror la angustia de aquellos pobres ancianos arrojados a la calle.
Yo no.
Decliné educadamente su invitación a ir a almorzar al club de tiro de Montjuïc. Sin ofenderse, se despidió con dos sentencias que, dada mi juventud y desconocimiento del mundo, me dejaron helado:
“Miquel, tengo la conciencia muy tranquila. Con el tiempo uno aprende a domesticarla” Y sin pestañear siquiera añadió “esto no lo digo para justificarme. Yo no me justifico más que ante mí mismo”.
Ese día se abre para mí un abismo infranqueable entre los poderosos y los que tenemos que encajar la vida golpe a golpe.
En el Parc de la Ciutadella anochece.
Cuánto más tiempo observo al hombre trazando signos en el aire, más claro veo, que esa pluma no constituye otra cosa que su coraza. Me dice que tras su debacle pasó un mes en un auténtico infierno padeciendo los más escalofriantes sufrimientos.
Ignoro si eso será cierto. Pero lo que si se, es que yo no he pasado sólo un mes en el infierno. Sino quince años.
Que relato tan aleccionador. Cuanta verdad y que pena que con el tiempo uno aprenda a domesticar la conciencia y deje de sentir escrúpulos por las injusticias de la vida.
Miguel es una de esas excepciones que me hacen sentir esperanza por el género humano.
Gracias por tanto.
Get Outlook for Android
________________________________
Que relato tan aleccionador. Que pena que con el tiempo uno aprenda a domesticar la conciencia y deje de tener escrúpulos.
Miguel no la ha perdido y es una de esas personas que me hacen seguir teniendo esperanzas en el género humano.
Gracias por tanto.