Criadero de buitres en el número 13. Rey de Copas de un trono inhabitado. Pupilas dilatadas en Diamantes sin Damas, estandartes de lujuria, violadoras de almas, aliento de semen, satisfacción viciosa, sueño de la razón.
Manos asesinas empujando a la hoguera. Aullido de bestia, delirio furioso, cien mil vueltas de tuerca, reina la oscuridad.
Espectro de las llamas del Infierno. El silencio centellea como un hierro en el yunque azuzando el suplicio. Zona extraña dónde empieza la locura, zona roja dónde florece el crimen.
Pupila enfebrecida repetida en los pulsos, enrojecida y ciega por traiciones vilmente edificadas. Y hay sueños de venganza para siempre abolidos y también hay ceniza debajo de los besos.
Alzado del escombro, surgido de la herrumbre, herido en lo más hondo, auroras devastadas, ruta a la inmolación.
Hundido en el fango de las calles. Estar agazapado noche adentro por úteros de sombras, oculto entre cipreses las noches de fiebre en los inviernos, con un estigma marcado eternamente.
Y el dedo cruel te dice lo que eres. Y escondido en la noche cuando los ojos se anegan de lluvia y de memoria, amaremos incluso la amargura, y el transcurrir estéril de las horas.
Y no ser nada. Sino un maldito. Ajada máscara de frio derrumbada, sólo grietas oscuras como signos extendidos sobre la faz sombría.
Me castigan el frío y la fatiga, lágrimas trémulas de vértigo y desastre demasiado hirientes como un tiempo pasado de risas y de llantos acechante como un escalofrío.
Y esta vida baldía. Y la inquietud que imponen las noches y la niebla. Trenes que laten cercanos a mi cuerpo, noche tras noche, con toda la tristeza de los años vencidos.
Pero a veces, se solivianta el alma como un esclavo triste. Y me vienen por las crueles esquinas del insomnio y se adentran de golpe hasta deshabitarme, los días que no vi bondad en los espejos, ni escuché gritos ahogados de reproche, ni adiviné retales de ternura acariciando el sino de mi suerte.
Hasta quedarme solo.
Hasta quedarme solo.